Confrontando la austeridad
Una generación de trabajadores está descubriendo el poder de la resistencia.
REVOLUCIÓN Y reacción; austeridad y resistencia. Ese fue el tono de la política global durante el año 2012, así como los gobernantes de todo el mundo trataron de forzar al pueblo obrera sobrellevar el peso de la crisis económica en curso.
Los detalles de la crisis y la lucha varían de país a país. El Medio Oriente, cuyas revoluciones sacudieron al mundo entero, este año vio una guerra civil revolucionaria en Siria, la resistencia palestina a aun otro ataque militar israelí sobre Gaza y, en las últimas semanas de noviembre, una renovada lucha contra el golpe de mano en Egipto por parte el partido gobernante islamista que ganó la primera elección post-revolucionaria.
La realeza en Bahréin, aliada de EE.UU., no ha escatimado recursos para aplastar al movimiento democrático local; pero otra monarquía, en Jordania, también amiga de Washington, está terminando el año en pánico por una nueva ola de protestas.
La resistencia continúa en Europa, el viejo corazón del sistema capitalista. Despiadados programas de austeridad, que han rebajado salarios y pensiones y destruido el gasto social, han provocado una serie de huelgas y protestas, incluyendo recientemente una impresionante huelga general simultánea en España, Portugal y otros países.

La ola de lucha obrera se ha expandido más allá de Europa. India vio la mayor huelga general de su historia en febrero. En China, bajo una dictadura de partido único y donde los sindicatos independientes son ilegales, las huelgas, las protestas masivas y los disturbios sociales se han hecho comunes.
En EE.UU., la resistencia obrera ha sido menos dramática que la Rebelión de Wisconsin contra la ley anti-sindical el gobernador Scott Walker o el surgimiento del movimiento laboral como una parte crucial del Movimiento Ocupa Wall Street hace un año.
Pero aunque el número de huelgas se ha mantenido en sus niveles más bajos en décadas, una huelga de 9 días por los docentes de Chicago se levantó como una de las batallas sindicales más importantes de nuestra generación. Encarados a una ofensiva ideológica sin cuartel por parte el gobierno citadino demócrata, los maestros se ganaron una gran solidaridad, mostrando el potencial para un movimiento obrero renovado.
A PESAR de las diferencias de país a país, el factor común es una economía global aún demasiado débil para superar los efectos de la crisis financiera de 2008.
Como lo señaló el Fondo Monetario Internacional (FMI) en su Panorama Económico Mundial de octubre: "La recuperación continúa, pero se ha debilitado. En las economías avanzadas, el crecimiento es demasiado bajo como para hacer mella al desempleo. En las principales economías de los mercados emergentes, el crecimiento que antes había sido fuerte también ha disminuido".
El FMI redujo su pronóstico para el crecimiento de los países avanzados, sobre todo para Estados Unidos, Europa y Japón, de un ya débil 2 por ciento a sólo 1,5 por ciento. Ese es el resultado del hundimiento de una gran parte de Europa en una grave recesión.
Así como la economía tambalea, los votantes han echado los partidos que presidieron la debacle. En Grecia y España, fueron partidos socialdemócratas los enviados a sus casas en las últimas elecciones, mientras que en Francia, el presidente derechista Nicolás Sarkozy fue derrocado en favor del Partido Socialista.
Pero sea el partido que sea que los votantes europeos elijan, la austeridad se mantiene. De liberales a conservadores, todos comparten el mismo consenso--continuos recortes salariales y al gasto social--y sólo difieren en su velocidad y profundidad. Y si los trabajadores de Grecia o España objetan, los funcionarios de la Unión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI puede exigir su cumplimiento de todas maneras, de lo contrario, el crédito y la asistencia financiera que mantiene fuera del colapso total a esos países arruinados serán cortados.
Cuando se trata de democracia versus austeridad, el gran capital insiste en la victoria de la austeridad.
En EE.UU., los políticos utilizan el mal-llamado "acantilado fiscal" (una fecha tope, el 1° de enero, en la cual subirán los impuestos para todos y entrarán en vigor recortes al gasto) como una excusa para la austeridad. El propósito es hacernos aceptar nuevas reducciones al gasto social a cambio de un pequeño aumento de los impuestos a los ricos.
El mensaje es el mismo, repetido en todos los idiomas del mundo: "No nos gusta hacer esto, pero no tenemos otra opción".
Pero tras de la retórica del "sacrificio compartido", la verdadera prioridad en EE.UU, y Europa es un profundo y permanente deterioro del nivel de vida del pueblo trabajador. Estos gobiernos buscan facilitar la rentabilidad de las empresas frente a la creciente competencia de China, Brasil y otros países en vías de industrialización. Pero recortar los salarios y los beneficios de los trabajadores ya no es suficiente. El salario social, eso es el gasto público en educación, salud, jubilación y otros, deben ser reducidos también, con el fin de mantener bajos los impuestos para las empresas y los ricos.
Pero como lo hemos visto por generaciones, la política de austeridad desestabiliza la política. El ejemplo más claro es Grecia, donde una alternativa de izquierda, SYRIZA, dos veces estuvo a punto de ganar las elecciones y llegar al poder. Al mismo tiempo, un partido abiertamente nazi, Aurora Dorada, obtuvo representación en el parlamento por primera vez, así como continúa su violenta campaña contra los inmigrantes.
En el Medio Oriente y África del Norte, la recesión y sus consecuencias han desatado una lucha revolucionaria.
Después de la caída del dictador Hosni Mubarak en Egipto, a principios de 2011, EE.UU. y sus aliados regionales emergieron como el eje de la contrarrevolución en la región. Washington y sus aliados europeos fueron capaces de secuestrar una masiva rebelión en la vecina Libia.
Sin embargo, EE.UU. ha sido mucho más cauteloso en apoyar a la oposición en Siria porque teme que los comités revolucionarios en el núcleo de la lucha puedan derrocar a Bashar al-Assad y crear un gobierno popular fuera del control de Washington. Estados Unidos preferiría que una figura militar disidente tomara el poder en Siria, en lugar de lidiar con una genuina revolución democrática.
Pero la agitación y la rebelión continúan. En Egipto, el presidente Mohamed Morsi, visto con recelo por EE.UU. como un baluarte contra un cambio revolucionario mayor, ha tratado de consolidar su poder, sólo para hacer frente a la presión de un renovado movimiento democrático y por la mejora de las condiciones de los trabajadores.
¿DÓNDE ENCAJA EE.UU. en este patrón global de inestabilidad política? La elección de 2012 vio su propia polarización política: una estridente campaña electoral que Barack Obama y los demócratas con éxito retrataron como una elección entre dos visiones de futuro fundamentalmente diferentes. Pero Obama y su rival, Mitt Romney en realidad comparten una visión política, en todo, de bajar los impuestos a las empresas, a mantener los puestos de avanzada imperial de Estados Unidos en el mundo.
El ambiente político fue la clave para la reelección de Obama. A pesar de que el gobierno de Obama rescató a Wall Street mientras que dejó a los propietarios de viviendas en apuros y a los desempleados por cuenta propia, los votantes temieron que el veneno libremercadista de Romney empeoraría las cosas. También castigaron a algunos de los más fanáticos derechistas del Partido Republicano por su sexismo e intolerancia. La fuerte participación de los principales simpatizantes del Partido Demócrata fue la clave para la victoria en una serie de referendos progresistas.
Ahora, sin embargo, los millones de trabajadores que votaron por los demócratas enfrentan cuatro años de más-de-lo-mismo. No hay esperanza para un cambio del statu quo desde el interior de Washington; no, al menos que los sindicatos, los movimientos sociales y activistas impulsen una agenda diferente centrada en empleos, buenos salarios y la ampliación de los programas sociales.
Ciertamente, el potencial existe en nuestro lado para organizar y luchar. El creciente malestar del pueblo obrero encontró su expresión en la rebelión de Wisconsin y el Movimiento Ocupa en 2011. El mismo descontento se pudo ver en la ira que dejó el asesinato, a manos de un vigilante racista, del joven afro-americano, Trayvon Martin.
La pregunta ahora es cómo este fermento de ira y sensación de que algo hay que hacer al respecto pueda ser transformado en lucha. La huelga de los maestros de Chicago puede ser un presagio de la resistencia futura en defensa de la educación pública y los recortes en la red de seguridad social, en general. Y el amplio apoyo a la lucha de los trabajadores de Wal-Mart por un salario digno y la dignidad en el trabajo pone de manifiesto la posibilidad del sindicalismo para resistir las políticas de austeridad.
La lucha por venir requiere la reconstrucción de los sindicatos, movimientos sociales y organizaciones de izquierda que han sido duramente golpeadas por la crisis. Y a medida que aumentamos nuestra capacidad de lucha, tenemos que fortalecer la organización socialista dentro de la izquierda.
Hoy en día, los partidos que tradicionalmente pretenden hablar en nombre de los trabajadores, de los socialdemócratas en Europa al Partido Demócrata en Estados Unidos, prometen nada más que miseria para los trabajadores. Un movimiento socialista internacional tiene ahora una mejor oportunidad de ser escuchado que en las últimas décadas.
Al argumentar por la independencia política de los trabajadores y de su lucha, los socialistas tienen un importante rol que desempeñar en la lucha contra la austeridad. Y un internacionalismo socialista que busca unir a los trabajadores a pesar de las fronteras es esencial en una era de la globalización corporativa y de competencia imperialista.
Los desafíos son muchos. Pero una nueva generación de trabajadores, en todo el mundo, está descubriendo que tenemos el poder de resistir.
Traducido por Orlando Sepúlveda