Trancando la Primavera Árabe
O, de cómo EE.UU. maniobra para contener la marea revolucionaria en el Medio Oriente.
TRÁS LA democrática y libertaria retórica de Barack Obama, el gobierno de EE.UU. está maniobrando para instalar una nueva generación de hombres fuertes que puedan revertir la revolución árabe y ayudar a reafirmar la dominación gringa en el Medio Oriente.
En los últimos dos ejemplos, EE.UU. apoyó la toma de poder del presidente egipcio Mohamed Morsi, de la Hermandad Musulmana e intenta ahora instalar a ex-funcionarios del régimen sirio al frente de la oposición. Washington espera desviar dos masivos levantamientos sociales apoyando a líderes que permanecerán fieles a los intereses occidentales, en lugar de reflejar la voluntad popular.
Las apuestas del gobierno yanqui son altas. La ocupación de Irak--una vez considerada por los arrogantes halcones de George W. Bush como la piedra angular para el "cambio de régimen" en el mundo árabe--en última instancia, convirtió al país en un aliado de Irán, el principal contendiente de EE.UU. en la región.
La Primavera Árabe del año pasado, derrocando duraderos dictadores en algunos países y, en otros, sensibilizando gobiernos a las demandas de sus poblaciones, amenazó con centrifugar otras naciones a órbitas aún más lejanas al poderío estadounidense.
Eso, a su vez, expuso las dificultades norte-americanas de depender en Israel para dominar la región. La última guerra contra el territorio palestino de Gaza no sólo no aplastó al gobierno de Hamas--como buscaban--sino que además dio un nuevo brío, a niveles no vistos en las tierras árabes y musulmanas en décadas, a la causa por la liberación palestina.
ESE ES el hilo común de las aparentemente contradictorias políticas que Washington ha ejecutado desde que la revolución comenzó hace dos años en Túnez. Primero, EE.UU. apoyó dictador tunecino Zine El Abidine Ben Ali, hasta que un levantamiento de masas y una huelga general le obligaron a deponer, todo en cuestión de un mes. Washington siguió el mismo guion en Egipto, permaneciendo con Hosni Mubarak, uno de los ejes de la política yanqui en el mundo árabe, hasta el último minuto.
En Bahrein--la base de la Quinta Flota de la Marina de los Estados Unidos de América--Washington dio luz verde a la salvaje represión contrarrevolucionaria contra un pacífico movimiento democrático. En Yemen, EE.UU. dio una ruta de escape a un despreciado dictador para apuntalar a un nuevo gobierno, aún dominado por los militares.
Sólo en Libia--donde Europa y Estados Unidos armaron fuerzas rebeldes a Muammar el-Qaddafi y llevó a cabo un flagelante asalto aéreo esgrimiendo razones humanitarias--EE.UU. parece respaldar sin reservas la caída del antiguo régimen. Pero como el periodista del Independiente Patrick Cockburn anticipó, la caída del régimen de Gadafi fue "principalmente obtenida por la OTAN, no por una revolución popular".
Por dos décadas antes de su caída, Gadafi recibió la buena voluntad de Occidente sobre la base de acuerdos petroleros, pero todavía era considerado poco fiable y aislado, por lo tanto, prescindible. Así que las potencias occidentales canalizaron la revolución hacia un gobierno maleable, en el que los activos de la CIA y algunos ex funcionarios de Gadafi jugaron un papel clave.
El mismo método está siendo desplegado en Siria.
Barack Obama mismo ha expresado el reconocimiento estadounidense de la oposición siria, indicando un enfoque más intervencionista. Pero lo que es remarcable de la actitud gringa hacia el régimen de Bashar al-Assad es el tiempo que Washington se ha tomado para comenzar a financiar y armar a los rebeldes sirios.
Aquellos en EE.UU. e Israel con el poder de ejecutar estas políticas temen un régimen post-Assad popular y democrático, en la frontera norte de Israel. Como resultado, las prometidas armas pesadas no han llegado a manos de los rebeldes. En cambio, Turquía, miembro de la OTAN, aseguró que las fuerzas revolucionarias, agrupadas en el Ejército Sirio Libre (ESL), no tienen más que fusiles AK-47 y granadas propulsadas por cohetes; mientras, el régimen Assad golpea a los rebeldes con bombardeos aéreos y desata asesinas fuerzas paramilitares contra ciudades y aldeas en toda Siria.
En lugar de apoyar a las fuerzas revolucionarias en la base como los Comités Locales de Coordinación, EE.UU. prefiera canalizar las armas a Siria a través de Arabia Saudita y Qattar, junto con combatientes islamistas ultraconservadores. La prominencia de estos grupos islamistas dentro del ESL ha ahora provocado un pánico en los corredores de Washington, donde las autoridades temen que los mismos yihadistas que lucharon contra la ocupación de EE.UU. en Irak puedan jugar un papel clave en un régimen post-Assad.
Es por eso que el apoyo de EE.UU. a la nueva Coalición Nacional de Fuerzas Revolucionarias y Opositoras Sirias viene con condiciones: la oposición tuvo que admitir la exclusión de los islamistas ultra-conservadores, produciendo un culetazo por las fuerzas revolucionarias que objetan que EE.UU. escoja cuál grupo apoyar en Siria.
La coalición también dará una mayor visibilidad a los elementos del antiguo régimen que, no hace mucho, se hallaban ordenando la represión de revolucionarios. Al mismo tiempo, la Hermandad Musulmana siria, que dominaba el previamente formado Consejo Nacional Sirio, seguirá siendo un actor clave en la oposición. Washington espera llegar a un acuerdo entre la Hermandad Musulmana siria y antiguas figuras militares del régimen para encabezar un gobierno post-Assad, uno que pueda contener la auto-actividad revolucionaria de los Comités Locales de Coordinación.
ES UNA inclinación del Departamento de Estado de EE.UU. usar la Hermandad Musulmana y grupos aliados sunitas para reconstituir un eje pro-estadounidense en el Medio Oriente, en común alianza contra Irán, dominado por grupos islamistas rivales, chiitas. Como Hani Shukrallah escribió en el sitio web de Ahram Online, la importancia de Egipto para negociar un término del asalto israelí contra Gaza llevó a EE.UU. a abrazar al presidente egipcio Morsi como pieza clave para la "estabilidad"--del control gringo, eso es--incluso después de que el mes último Morsi se auto-decretara poderes políticos dictatoriales:
Tomaría la tregua en Gaza, mediada por EE.UU. y Egipto... para tener a los medios y expertos occidentales babeando por el Sr. Morsi y su régimen, manejado por la alta y ascendiente Hermandad Musulmana. De pronto, descubrieron que no sólo cumplía el presidente HM como su predecesor su parte en la "seguridad israelí", sino que además demuestra ser un socio mucho más eficaz en este sentido.
De repente, el entendimiento sentó cabeza: Se trataba de un presidente democráticamente electo (aunque por poco), respaldado por "auténticos" musulmanes islamistas, de Egipto y de todo el Gran Oriente Medio, capaz no sólo de intimidar y presionar a Hamas a la "razonabilidad", como sólo Omar Suleiman sabía hacerlo para Mubarak, pero además hacerlo en su calidad de Gran Hermano de la rama palestina errante de su movimiento. Este único e inesperado premio fue sencillamente demasiado precioso para despilfarrar, ni siquiera por el bien de tales sutilezas como las libertades básicas y los derechos humanos.
A cambio del apoyo de EE.UU., Morsi dio al Pentágono lo que buscaba: un proyecto de Constitución que afianza aún más el poder político y económico de los militares egipcios, no sólo garantizando su tradicional control sobre el presupuesto y las empresas comerciales, sino también el poder de declarar la guerra.
Aun así, a pesar de todo el poder del imperialismo estadounidense y de sus clientes que controlan el ejército egipcio, Obama está muy lejos de conseguir la "estabilidad" que quiere.
El renovado fermento revolucionario en Egipto, provocado primero por el decreto Morsi y luego por un maltrecho referéndum sobre el proyecto de constitución, se desarrolla a un nivel político más alto y plantea cuestiones políticas más fundamentales.
La cuestión ahora no es sólo la eliminación de un odiado autoritario Mubarak, sino la naturaleza misma de la revolución, la democracia y los cambios sociales. Por otra parte, la inminente crisis económica de Egipto y las medidas de austeridad exigidas por el Fondo Monetario Internacional socavarán aún más el gobierno de la Hermandad Musulmana. Las divisiones de clase y lucha de clases se harán más agudas.
La lucha en Egipto alimentará las luchas de la región. Los sindicatos en Túnez han amenazado con convocar una huelga general, en oposición a las políticas económicas del gobierno dominado por los islamistas. El movimiento democrático en Jordania está desafiando a otro lacayo de EE.UU., el rey Abdullah, sobre la eliminación de los subsidios a los combustibles y la falta de democracia en el país. Incluso en Bahrein, donde la detención, la tortura y el asesinato de activistas democráticos son regulares, el movimiento se mantiene erguido.
Es imposible predecir el resultado de las numerosas crisis revolucionarias en el Medio Oriente. Lo cierto es que EE.UU. y los aliados que le restan harán todo lo posible para organizar la contrarrevolución, ya sea en forma de represión por dictadores y monarcas o realizadas por nuevos aliados en organizaciones como la Hermandad Musulmana.
Sin embargo, es igualmente cierto que la oposición al viejo orden se profundizará también. Ya, la última oleada de protestas ha demostrado que el viejo lema de la histórica huelga general de mayo 1968 en Francia suena hoy a verdad: la lucha continúa.
Traducido por Orlando Sepúlveda