Obama cumple con la patronal
Un desafío a la política de austeridad bipartidista tendrá que comenzar desde abajo.
NO TIENES que ser socialista para ver que Barack Obama utilizó el acuerdo del "acantilado fiscal" para azucarar a los ricos y avanzar sus prioridades, pasándole al pueblo obrero la cuenta.
El acuerdo, que hace los recortes fiscales de la era Bush permanente para los ingresos de menos de $450.000 por año y aumenta los impuestos de todos los trabajadores, fue descrito por el New York Times como uno que:
Apenas unos años atrás ... habría sido una fantasía fiscal republicana, un amplio proyecto que sella prácticamente todos los recortes fiscales de la era Bush, exime de impuestos a casi todas las grandes propiedades, y consagra el credo del ex presidente de que los dividendos y las ganancias de capital se deben gravar por igual y con levedad.
Sin embargo, los demócratas liberales están vendiendo el acuerdo como "progresista". Todos, excepto tres senadores demócratas votaron a favor. Cuando una mayor parte de los republicanos de la Cámara rechazó el acuerdo, quejándose de que no incluía recortes de gastos, fueron los demócratas quienes lo que respaldaron abrumadoramente, asegurando su aprobación.
El presidente de la AFL-CIO, Richard Trumka, criticó el acuerdo fiscal mientras emergía los últimos días de 2012. Pero pronto cambió su línea, elogiándolo por evitar recortes al Seguro Social y Medicare y por ampliar el seguro de desempleo. Para Trumka:
El acuerdo aprobado por el Senado ayer por la noche es un gran avance para comenzar a restaurar la justicia fiscal y lograr algunos objetivos fundamentales de las familias trabajadoras.
De hecho, como Trumka reconoce, el Seguro Social y el Medicare aún corren peligro. Los $1,2 billones en recortes automáticos al gasto que fueron programados para el 1° de enero sólo fueron pospuestos por dos meses. Además, los republicanos usarán la próxima votación para aumentar el límite de endeudamiento federa para exigir más recortes.
Por lo que otro enfrentamiento se acerca en cuestión de semanas; uno en el que podemos esperar que Obama haga un nuevo compromiso con los republicanos, posiblemente incluyendo recortes al Seguro Social y al Medicare. También podemos esperar que Obama afirme estar "salvándolos " al impedir recortes aún mayores exigidos por los republicanos.
Si esto suena como una teoría conspirativa de la extrema izquierda, basta con dar una mirada al récor presidencial. De hecho, Obama ya ofreció precisamente este acuerdo al líder de los republicanos en la Cámara de Representantes, John Boehner, durante el debate sobre el techo de la deuda en el 2011.
LOS CRÍTICOS liberales de Obama parecen pensar que su problema es su habilidad para negociar frente a los intransigentes republicanos. "El presidente sigue sin saber cómo usar las palancas en una negociación", dijo Adam Green, del Comité de la Campaña por un Cambio Progresivo al New York Times.
Pero en realidad, el gobierno de Obama representa la consolidación de un giro hacia la derecha en el Partido Democrático, comenzado en la década de 1980 y promovido por Bill Clinton en la de 1990. Desde su rendición frente a las políticas fiscales de Ronald Reagan, al programa de libre comercio y desregulación de Clinton, los demócratas se ofrecen para reemplazar a los republicanos como el principal partido de las corporaciones estadounidenses.
Con el Partido Republicano, firmemente en las garras de la línea dura derechista y comprometido con políticas sociales cada vez más impopulares, el empresariado sabe que puede contar con los demócratas para hacer negocios como siempre. Como el historiador Van Gosse lo pone: "El masivo partido del centro, traído a la luz hace 20 años por Bill Clinton... ha sido llegado a buen término gracias a los astutos operadores políticos de Barack Obama en Chicago".
Este punto fue subrayado por el conservador Bruce Bartlett, un economista que trabajó en la Casa Blanca de George Bush padre: "[L] a nación ya no tiene un partido de izquierda, sino uno de centro-derecha similar a lo que eran los republicanos liberales en el pasado... y un partido de la extrema derecha".
Bartlett floreteó su punto con las palabras del propio Obama, pronunciada en una entrevista post-electoral con la red televisiva Univisión: "La verdad del asunto es que mi política es tan centrista que si hubiera perseguido las mismas políticas que tuve allá por la década de 1980, yo sería considerado un republicano moderado".
Recuerde eso la próxima vez que escuche a alguien criticar a Obrero Socialista de ser "ultra-izquierdista" cuando señalamos lo mínimo de las diferencias existen entre demócratas y republicanos.
Pero los demócratas no se convirtieron en un partido pro empresarial sólo en los últimos 30 años. Ellos siempre han sido "el segundo partido más entusiasta capitalista de la historia", como lo llama el autor derechista Kevin Phillips.
Los demócratas adquirieron su reputación favorable a los trabajadores en los años 1930 y 1940, gracias al presidente Franklin Roosevelt y sus políticas del "Nuevo Trato". Pero Roosevelt se vio obligado a hacer concesiones a la clase obrera como consecuencia del gran auge social de la década de 1930. Del mismo modo, en la década de 1960 la lucha por los derechos civiles y otros movimientos sociales obligaron al presidente demócrata Lyndon Johnson para presionar por el Medicare y a expandir el gasto social.
Hoy, sin embargo, el movimiento sindical es apenas una sombra de lo que fue, representando menos del 12 por ciento de los trabajadores. Los movimientos sociales de la década de 1960 han desaparecido, a menudo siendo reemplazados por grupos de cabildeo en Washington que dicen hablar en su nombre. Obama, lo mismo que Clinton en el pasado, no ha enfrentado a una presión fuerte desde la izquierda al asumir sus políticas pro-empresariales.
Como resultado, Obama ha tenido sus manos libres para dar forma a una agenda pro-empresarial. Y los capitalistas de EE.UU., a pesar de haber fuertemente respaldado a Mitt Romney en las elecciones, están felices de contar con el presidente para implementar políticas que invitarían a la rebelión si fueran propuestas por los republicanos.
Las líneas generales de la política de Obama son claras: revivir la economía estadounidense a base de bajos salarios, reducir drásticamente el gasto social y energía barata, pero contaminante. Y si eso no es suficiente para convencer a las grandes corporaciones de invertir para trasladar puestos de trabajo de vuelta a EE.UU., la Casa Blanca ha indicado que está dispuesta a recortar el impuesto a las corporaciones que deseen regresar al país los $5,1 billones en efectivo que tienen acaparado en el extranjero.
Obama ya encontró la manera de satisfacer al empresariado con bajos impuestos--muy por debajo de la tasa nominal de 39,2 por ciento en los impuestos estatales y federales. De acuerdo con la Oficina de Gerencia y Presupuesto, el impuesto corporativo trajo ingresos equivalentes a sólo el 1,2 por ciento del producto interno bruto en el 2011, menos de la mitad que en el 2007, que a su vez fue la mitad de 1950.
De hecho, el acuerdo fiscal incluye más de $200 mil millones en recortes de impuestos corporativos y créditos, como Matt Stoller señaló en Capitalismo al Desnudo.
LO QUE todo esto significa para la izquierda es sencillo. Si va a ser un desafío para la política de austeridad bipartidista en Washington, tendrá que comenzar desde abajo.
El potencial existe. La rebelión de Wisconsin del 2011 mostró el potencial de la lucha obrera de masas para generar el apoyo social generalizado, incluso si los líderes sindicales desaprovechan la oportunidad orientándose hacia una fallida estrategia electoral. El movimiento Ocupa Wall Street del otoño del 2011 mostró que el espíritu de lucha de Wisconsin se había extendido a nivel nacional.
Recientemente, la huelga docente de Chicago demostró que un sindicato puede trazar una línea y ganar el apoyo de los trabajadores para defender sus puestos de trabajo y los servicios públicos. Desde entonces, huelgas en Wal-Mart y otros empleadores de bajos salarios han resonado con todos los que hoy trabajan más, por menos.
El reto ahora es vincular estas luchas con un esfuerzo más amplio para desarrollar la solidaridad y promover los intereses de los trabajadores, ya sea en una huelga local o como parte de una campaña nacional para defender el Seguro Social y el Medicare.
El plan de Washington y de las mesas directivas es fácil de ver. Ellos esperan que los trabajadores tomen un profundo y permanente recorte en su nivel de vida mientras que los de arriba disfrutan de mayores riquezas y poder.
Para resistir el ataque, los trabajadores tendrán que tomar la lucha en sus propias manos.
Traducido por Orlando Sepúlveda