¿El partido del pueblo?
Barack Obama ha tirado por la borda al electorado demócrata--no para llegar a un acuerdo con los republicanos, sino para llevar a cabo la agenda de América Incorporada.
¿PUEDE ALGUIEN recordar por qué el Partido Demócrata es a menudo llamado "el partido del pueblo"?
Está, por supuesto, el Seguro Social--la piedra angular de los programas sociales creados en la década de 1930, durante la presidencia de Franklin D. Roosevelt. Su popularidad es tal que ningún demócrata se atrevería a ofrecerlo a la guillotina presupuestaria republicana. Excepto que Barack Obama recientemente lo hizo.
Luego está Medicare, el principal programa social de la Gran Sociedad del presidente Lyndon B. Johnson. Ningún demócrata podría alinearse con la derecha para poner en la mira el popular programa de salud para los ancianos. Ninguno, eso es, hasta que Barack Obama lo recortó en nombre de su "reforma" al sistema de salud, para luego ceder mayores reducciones ante la presión republicana.
¿Qué hay del apoyo demócrata al movimiento laboral? Eso es algo que los diferencia claramente de los republicanos, ¿no? Pero el propio Obama dio luz verde al asalto contra los trabajadores del sector público, congelando los salarios de los trabajadores federales por tres años y promoviendo "Race to the Top" (Carrera a la Cima, el programa de educación que facilita leyes estatales anti-maestros). Además él no cumplió con su promesa de apoyar la Ley de Libre Opción de los Empleados que habría hecho más fácil la sindicalización de trabajadores.
Pero sin duda, demócratas y republicanos tienen diferente política económica. Donde la administración Bush ofreció $700 mil millones para rescatar a Wall Street, mientras dejaba a los trabajadores sufrir el peso de la crisis económica, el gobierno de Obama...continúo el rescate a los banqueros, y ha hecho casi nada por los millones que se enfrentan una ejecución hipotecaria de su vivienda o por el casi 20 por ciento de los trabajadores desempleados o subempleados.
¿Y los derechos de la mujer--en particular, el derecho a optar por un aborto? Mientras un creciente número de legislaturas estatales pasa leyes restringiendo el acceso al aborto, la administración Obama observa sin hacer nada. Y cuando la propia opinión de Obama acerca del derecho al aborto fue objeto de controversia en la Universidad de Notre Dame en el 2009, el presidente otra vez se quedó callado.
¿Qué hay con las libertades civiles? ¿No ha sido Obama un alivio frente a la destrucción de los derechos básicos que el régimen de Bush realizó bajo la bandera de la "guerra contra el terror"? No. Obama ha mantenido e incluso ampliado prácticamente la totalidad de la guerra de Bush y Cheney contra las libertades civiles.
Mientras George W. Bush ofrecía un futuro de guerras sin fin sobre los árabes y musulmanes, Obama ya no justifica la acción militar estadounidense en nombre de una "guerra global contra el terror". Pero las guerras continúan de todos modos, con reducidas pero permanente ocupaciones en Irak y Afganistán, además de una nueva guerra en Libia, apoyada por EE.UU. a través de la alianza militar de la OTAN.
Todo esto del líder del partido oficial de la "izquierda" en la política estadounidense.
MUCHOS ESTÁN justificadamente molestos por los compromisos, retrocesos y traiciones de la administración Obama, y culpan al presidente por su debilidad frente a la reacción republicana, incluso a las medidas liberales más modestas.
Pero la realidad es que las políticas de Obama son perfectamente consistentes con la tradición de los demócratas de prometer a su base obrera, mientras llevan a cabo las políticas exigidas por los banqueros, las corporaciones y el Pentágono. Porque mientras el Partido Demócrata depende del voto de los trabajadores y los pobres, es, como el republicano, un partido pro-capitalista.
De hecho, Obama ha otorgado concesiones que, incluso desde el estrecho y cínico punto de vista de un operador político demócrata, no eran necesarias. En contraste, Franklin Roosevelt estuvo al menos dispuesto a enfrentarse al establecimiento empresarial, declarando durante su campaña de reelección que "daba la bienvenida a su odio". Obama, por su parte, reverenció a las corporaciones en todo, y luego un poco más.
Pero Roosevelt se consideraba, como él lo dijo una vez, "el mejor amigo que el sistema de ganancias ha tenido". Las medidas en favor de la clase obrera que le son atribuidas fueron en realidad el producto de una rebelión laboral que sacudió a EE.UU. en la década de 1930 y que llevó a la sindicalización de una gran parte de la industria en sólo unos pocos años. Además, Roosevelt siempre estuvo listo a dar su espalda a los sindicatos, como durante la huelga por el reconocimiento sindical en "Little Steel", en 1937.
Y fue Roosevelt quien usó la Segunda Guerra Mundial para expandir el imperio estadounidense. Su vice-presidente y sucesor, Harry Truman, ordenó el bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki, y posteriormente lanzó una guerra en la península coreana para asegurar el dominio de EE.UU. en el Pacífico. Fue para mantener ese control que John F. Kennedy y Lyndon Johnson enviaron más de medio millón de tropas a Vietnam en la década de 1960, para luchar guerras que causaron la muerte de 4 millones de personas en el sudeste asiáticos.
El próximo demócrata en ocupar la Casa Blanca, Jimmy Carter, terminó con la política de "cañones y mantequilla" de Johnson (la combinación de la persecución de los objetivos imperiales de EE.UU. con la expansión de la red de seguridad social para ampliar la base electoral de los demócratas), y en su lugar recortó el presupuesto de los programas sociales y aumentó el gasto militar--una tendencia que ha continuado desde entonces.
El giro derechista de Carter no puede ser explicado sólo por el hecho de que él vino del ala conservadora, sureña, del Partido Demócrata. Ese también fue el caso de Johnson. El giro del partido a comienzo de la década de 1970 fue consecuencia del fin de la expansión económica de la posguerra, durante el cual el estándar de vida aumentó para la mayoría de la clase trabajadora.
La derechización de los demócratas durante las décadas de 1980 y 1990 no ocurrió sin desafíos. El movimiento por los derechos civiles había dado creciente influencia a los líderes afro-americanos en el partido--políticos de color ganaron escaños en el Congreso y el control de la alcaldía en una serie de ciudades importantes. Las campañas presidenciales del reverendo Jesse Jackson en 1984 y 1988 parecieron dar un vehículo para más fuerzas liberales en el partido.
Pero la trayectoria general del Partido Demócrata era en la otra dirección--con el grueso del partido trabajando para marginar a los liberales y para hacer a los demócratas más amigables al sector empresarial. A mediados de los años ochenta, demócratas conservadores formaron el Consejo del Liderazgo Demócrata (DLC, por sus siglas en inglés) como un grupo de presión interna para empujar el partido más hacia la derecha.
El gobernador de Arkansas Bill Clinton fue un miembro fundador de DLC. Como presidente, Clinton se ganó la ira de los ricos por aumentar sus impuestos, pero luego y pronto asumió la agenda pro Wall Street de su consejero, y más tarde el Secretario del Tesoro, Robert Rubin.
El plan Clinton para una reforma de salud murió en el Congreso demócrata incluso antes de llegar a una votación, y cuando la Revolución Republicana de 1994 retomó el control del Congreso entero, Clinton se movió aún más hacia la derecha. En lugar de ampliar la red de seguridad social, la redujo drásticamente, terminando con el programa federal de asistencia social y sustituyéndolo con programas estatales que obligó a sus receptores a trabajar por salarios bajos para obtener sus beneficios, ya no garantizados por la ley federal.
Clinton cayó en esta línea conservadora a pesar del prometido "dividendo de paz" que seguiría al colapso de la URSS y el fin de la Guerra Fría. En la década de 1990, la administración Clinton llevó a cabo lo que ex militar y autor Andrew Bacevich llamó "la mayor militarización de la política exterior de EE.UU.", con la expansión de la OTAN hacia la antigua esfera de influencia rusa, e interviniendo militarmente en dos ocasiones en los Balcanes.
BARACK OBAMA sabía bien esta nueva realidad de la política estadounidense cuando se postuló para presidente. El candidato que evocó los movimientos sociales para excitar a los activistas voluntarios de su campaña ya había amasado un apoyo crucial entre los principales líderes del partido e intereses comerciales, una combinación que el periodista Ken Silverstein llamó "Obama, Inc."
Como presidente, enfrentado a la peor crisis económica desde la década de 1930, Obama impulsó un programa de estímulo económico de $787 mil millones, sólo suficiente para evitar una depresión, pero no para detener el deterioro de las condiciones de vida de las decenas de millones de trabajadores que votaron por él.
En marcado contraste con su lema electoral "Un cambio en el podemos creer", su prioridad fue la de atender los intereses empresariales. Al igual que los previos líderes del partido, Obama asumió que la base demócrata no tiene a dónde ir. Como resultado de la desmoralización, millones de sus votantes se quedaron en casa en las elecciones de 2010, dando a los republicanos la oportunidad de retomar la Casa de Representantes y el conjunto de la agenda política.
Obama se ha puesto en regla desde la victoria republicana. Mientras las propuestas republicanas son salvajes y abrumadoras, se presenta como un administrador responsable, "protegiendo" el Seguro Social y Medicare con recortes "más razonable"--a pesar de que estos son más de lo que cualquier presidente republicano se atrevió a proponer en el pasado.
Su comportamiento político no es exclusivo--basta con ver las políticas de los gobernadores demócratas de California, Illinois, Nueva York, Oregón y Connecticut, reduciendo el gasto social y atacando a los sindicatos del sector público. De hecho, los líderes políticos de todo el mundo, ya sea de centro-izquierda o de partidos conservadores, hoy abrazan la austeridad bajo presión de las grandes corporaciones.
Todo esto apunta a la necesidad de la independencia política de la clase obrera en EE.UU. Pero mientras la formación de un nuevo partido político no está en la agenda, lo que ahora debe ser abordado es la lucha contra la austeridad, venga de los republicanos o de los demócratas.
El consenso político de la clase capitalista es evidente, y ambos partidos están en línea. Ahora nuestro lado debe ponerse a la altura del desafío.
Traducido por Orlando Sepúlveda